Este verano un par de amigos
le metieron fuego al bosque cercano a
Horta de Sant Joan en Tarragona. El incendio, además del devastador efecto sobre la masa forestal (más de 1000 hectáreas), acabó con la vida de cinco bomberos y dejó gravemente herido a otro. Estos amigos, mientras el fuego empezaba a crecer y descontrolarse,
no tuvieron otra idea que hacerse fotos con su magnífica obra.
Quince fotografías que borraron al día siguiente pero que han sido recuperadas de la tarjeta de memoria (borrar no es eliminar, el contenido es recuperable hasta que se graba otra cosa) y que servirán como prueba para inculparles y probablemente acusarles de homicidio involuntario.
Antes de ayer, después de la gran nevada, veía en el telediario (creo que era el de Antena 3, pero da lo mismo) las variadas noticias de como estaban las diferentes ciudades después del temporal. Calles cortadas, estalactitas de hielo, llamadas a urgencias, nieve en la playa... En un reportaje se centraron más que en ninguno.
La cámara, fija, enfocaba a un trozo de calle con nieve helada donde los transeuntes, uno tras otro, resbalaban y con más o menos destreza conseguían o no evitar la caída.
Al menos 2 personas midieron el suelo y otras 5 estuvieron a punto mientras el periodista simplemente comentaba los peligros de la calle y el presentador cerraba la noticia con una sonrisa complice.
Estas dos noticias no tienen nada que ver una con la otra en cuanto a gravedad y consecuencias. Sin embargo, ¿por qué es tan irresistiblemente llamativa la imagen? ¿por qué queremos guardar testimonio gráfico de nuestras vergüenzas? ¿por qué preferimos poder grabar el mal a evitarlo fácilmente?
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