En estos días se cumplen 10 años desde que dejé mi tierra para desembarcar en esta mole multicultural y poliédrica, siempre abierta, siempre arisca, que es
Madrid. La idea era estudiar y que dios ya vería, pero finalmente el tiempo y las circunstancias lo han convertido en mi hogar casi definitivo, con esa mezcla de amor y odio que casi todos los que viven aquí tienen hacia ella.
Aparte de los personales, que han sido incontables ya que es más de un tercio de mi vida lo que llevo ya aquí y 10 años dan para crecer mucho (para lo bueno y para lo malo), tambíen muchos cambios han ocurrido desde entonces en la ciudad. El
boom inmobiliario ha colapsado Madrid y sus alrededores (y no tan alrededores como Seseña),
el botellón de Malasaña es historia, gentes de todo el mundo han desembarcado en los últimos años. Chueca no tiene nada que ver con lo que era, Lavapiés ya tiene corriente a 220, Ballesta y alrededores ya no son lo que eran. Un tamayazo
nos trajo a Esperanza, y parece que era lobo con piel de cordero. El
11-M nos dejó marcados y todavía la marca es visible, quizá ahora la ciudad es más gris y la gente se encierra más en si misma, aunque puede que sea por la crisis.