Cuando los niños leen fantasía


Extraigo de El Puercoespín, el boletín aparentemente mensual de El Mundodisco en español, el siguiente artículo de Terry Pratchett escrito en 1994 (el original, sin subtítulos, aquí)

CUANDO LOS NIÑOS LEEN FANTASÍA

Existe un sentimiento que, en mi opinión, solo se experimenta cuando se es un niño y se descuben los libros. Es una especie de burbujeo. Te entran ganas de leer todo lo que se haya imprimido antes de que se evapore.

Yo tuve que trazar mi propio mapa para este territorio sin cartografiar. Desde dirección llegaba el mensaje de que sí, los libros eran buena idea, pero lo cierto es que no recuerdo que nadie me diera ningún tipo de consejo. Tuve que valerme por mí mismo.

Ahora se me empieza a considerar un escritor para gente joven. Los profesores y los bibliotecarios me dicen: "Tus libros son muy populares entre los niños que no leen". Creo que se trata de un cumplido, solo que me gustaría que lo expresaran de otra forma.

Los mencionados bibliotecarios me cuentan que lo que los niños leen por gusto, en lo que de verdad están dispuestos a gastar dinero, es en fantasía, ciencia ficción y terror; y dicen que, si bien elevan sus plegarias en agradecimiento porque los niños lean cualquier cosa en esta era electrónica, ese hecho les preocupa.

No debería.

Hace poco hablé con un profesor que me había invitado a dar una charla en su escuela. Estaba teniendo problemillas con el jefe de estudios, que consideraba la fantasía como algo de dudosa moral, irrelevante en el mundo de los años noventa y escapista.

¿De dudosa moral? A grandes rasgos, casi toda la fantasía se aprobaría sin problemas en un hogar de la época victoriana. La moralidad que tienen la fantasía y el terror es, en esencia, la moral estricta del cuento de hadas. Degollan al vampiro, tiran al alien por la esclusa, derrotan al malvado señor oscuro y (tal vez sufriendo algunas pérdidas) triunfa el Bien. No porque disponga de mejor armamento, sino porque tiene a la Providencia de su parte. Vengan las hordas de trasgos, vengan los terribles desafíos ambientales, vengan las babosas mutadas gigantes si no hay más remedio, pero venga también la Esperanza. Puede ser una esperanza frágil fruto de las fuerzas de flaqueza, un espadón arturiano en el ocaso, pero sepamos que no estamos viviendo en vano.

Puede que la literatura clásica de fantasía ponga a los niños en contacto con lo oculto, pero lo hace de una forma más sana que lo que de otra forma ocurriría en esta sociedad nuestra, tan extraña. Si te hablan de los vampiros, es bueno que al mismo tiempo te hablen de las estacas.

Por lo que respecta al escapismo, no tengo demasiados problemas con la palabra. El escapismo no tiene nada malo. Lo que se debe considerar, sin embargo, es de qué se escapa y hacia dónde.

Cuando era un lector afectado por la sed repentina, el primer lugar al que escapé fue lo que entonces se llamaba el Espacio Exterior. Leía mucha ciencia ficción, que como he dicho es solamente un subconjunto de la fantasía creado en el siglo XX. Y en términos estrictamente literarios, buena parte de ella era malísima. Pero la mente humana posee una saludable tendencia natural a despajar lo bueno de la basura. Lo que me ocurrió a mí fue que la literatura escapista me permitió escapar hacia el mundo real.

¿Irrelevante? La primera mención que encontré a la antigua civilización griega fue en un libro de fantasía. Pero en los años cincuenta la mayoría de colegios enseñaban historia de la siguiente manera: estaban los romanos, que tenían muchos baños, construyeron algunas carreteras y se fueron. Luego hubo un montón de trabajo indigno y penalidades hasta que llegaron los normandos y empezó oficialmente la historia.

También dábamos ciencia... más o menos. Yuri Gagarin daba vueltas por encima de nuestras cabezas. No recuerdo que nadie del colegio lo mencionase jamás. Ni siquiera recuerdo a nadie diciéndonos que la ciencia, contrariamente a lo que nos habían hecho creer, no era aquello de trastear con imanes y productos químicos, sino una forma de mirar el Universo.

La ciencia ficción no paraba de mirar el Universo. No me disculparé por haberla disfrutado. Vivimos en un mundo de ciencia ficción. Tres kilómetros hacia abajo y nos freímos, tres kilómetros hacia arriba y nos cuesta respirar; y hay una posibilidad pequeña pero importante, dadas sus consecuencias para nosotros, de que en los próximos mil años se estrelle contra el planeta un cometa grande o un asteroide. No me lo invento. No me quita el sueño. Pero averiguarlo con solo unos trece años te abre un poquito los ojos. Para empezar, pone al acné en su sitio.

Esos otros mundos de allá fuera, del espacio, me hicieron interesarme por este de aquí abajo. Hay un paso mental pequeño de los viajes temporales a la paleontología, de la fantasía de espada y brujería a la mitología y la historia antigua. La verdad es más rara que la ficción; no hubo nada en la fantasía que me cautivase tanto como leer la evolución de la humanidad: protobabosa, reptil, ardilla bambú, graduado en arte de Oxford o Cambridge y, finalmente, mamífero capaz de emplear utensilios. Encontré por primera vez palabras como "ecologista" o "sobrepoblación" en libros de ciencia ficción a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, mucho antes de que se pusieran de moda.

También conocí la palabra "neotenia", que significa "permanecer joven". Es una cosa que los humanos hemos desarrollado hasta convertirla en rasgo evolutivo. Los otros animales tienen de jóvenes gran curiosidad por el Mundo, flexibilidad en sus reacciones y una capacidad para el juego que pierden a medida que crecen. Como especie, nosotros las hemos retenido. Como especie, nos tiramos el día metiendo los dedos en el enchufe del Universo para ver qué pasa. Es una característica que puede salvarlos o matarnos, pero vaya si no es lo que nos hace ser humanos. Prefiero acompañarme de gente mirando a Marte que de gente mirando el ombligo de la humanidad. Los otros mundos son mejores que la pelusa.

Por tanto, no nos asustemos cuando los niños leen fantasía. Es el abono de una mente sana. Estimula los nodos inquisitivos, y existen pruebas de que una vida fantástica interna es tan buena y necesaria para un niño como lo es un suelo rico para una planta. Por las mismas razones aproximadamente.

Saludo a la fantasía como la dieta apropiada para el alma en crecimiento. En ella está toda la vida humana: un código moral, un sentido del orden y, en ocasiones, cosas verdes y gigantescas con dientes. Hay otros libros que leer, y espero que los niños que empiecen con la fantasía los lean. Yo lo hice. Pero todos hemos de empezar por algo.

Uno de los novelistas más famosos de principios de siglo fue G.K. Chesterton. En su época se atacaba a los cuentos de hadas por casi los mismos motivos con que ahora, en algunos colegios, se prohíben de forma encubierta los libros que llevan la palabra "bruja" en el título. Él dijo: "Se condena a los cuentos de hadas porque dicen a los niños que hay dragones. Pero los niños siempre han sabido que había dragones. Los cuentos de hadas dicen a los niños que a los dragones se les puede matar".
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Terry Pratchett, 1994
(Traducción: Manu)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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